El sedentarismo, la falta de ejercicio adecuado, la tensión permanente tanto física como psíquica son, entre otras, las causas de la mayoría de los problemas que deterioran la salud de la población.

La práctica correcta y bien entendida del yoga profundo ataja en un alto grado las consecuencias negativas de estas pautas que desafortunadamente han entrado, casi sin darnos cuenta, a formar parte de nuestra vida diaria.

El yoga profundo estimula la circulación de la sangre proveyendo de un gran aporte de oxígeno y nutrientes a todas las células, tejidos, órganos y sistemas de todo el organismo. Recordemos que casi todas las enfermedades tienen su causa última en un deficiente aporte sanguíneo en un tejido o zona determinada. Y es que una parte importante de los ejercicios yóguicos consiste en un benéfico efecto masaje sobre todo a nivel de los órganos y vísceras abdominales, donde se ubica la “fábrica del cuerpo”.

Uno de los efectos que más llaman la atención a las personas que se inician es la sensación de liberación, de haberse desecho de molestas tensiones físicas que sufrían desde mucho tiempo atrás. De repente uno se siente más suelto, más ligero, más relajado muscularmente. Este efecto es debido a la reestructuración, a la recuperación de la armonía del esquema corporal que aportan estos ejercicios. Y la parte más notable donde se percibe es en la columna vertebral, que recupera flexibilidad y firmeza.

Esta rearmonización corporal es consecuencia de los suaves estiramientos y alargamientos de músculos y ligamentos acortados o endurecidos y también de la tonificación y fortalecimiento de las zonas más débiles.

Finalmente la práctica habitual de yoga profundo genera un estado emocional positivo y vital y una mente serena y ecuánime.