Meditar es entre otras cosas favorecer conscientemente los procesos psicofísicos por los cuales la mente comienza a ralentizarse, a ir más despacio, a tranquilizarse. Esto genera varios efectos, que serán de mayor calado cuanto mayor sea la serenidad alcanzada:

La mente, que normalmente va muy rápido (tanto que ni nos damos cuenta de lo que pensamos) tiene la oportunidad de refrescarse, de enfriarse como un coche que está recalentado y apagas el motor o al menos reduces mucho las revoluciones.

Aparece un nivel de relajación corporal desconocido hasta ese momento, que puede llegar a ser extremadamente profundo, incluso hasta el punto de literalmente dejar de sentir el cuerpo. Para su consecución es de gran ayuda la práctica habitual de yoga físico, ya que mantiene el cuerpo suave, flexible, fuerte y hace que fluya en él la energía con libertad.

Junto a ese nivel de relajación aparece uno más sutil pero más profundo, un nivel de calma que invade la esfera mental y nos capacita para acceder a otro punto de vista a cerca de la vida, y de sus acontecimientos mucho más completo, integrativo y objetivo.

Afluye una mayor lucidez a nuestros procesos mentales, y aumenta la claridad de nuestros pensamientos para solucionar problemas desde una óptica sin prejuicios y por tanto mucho más amplia y abierta.

Pero ojo que todo esto no tiene porqué tener lugar todas y cada una de las veces que uno se sienta a meditar. Porque meditar más que una práctica es un estado. Cuando se consigue entrar en él tienes la facultad de abrirte a todo lo que suceda mientras practicas, no estás posicionado en el deseo de que te suceda todo lo descrito en los párrafos anteriores, sencillamente permaneces abierto a cada suceso que acontezca sin querer modificarlo, sin deseo de que desaparezca o de que permanezca. Simplemente estás observando y es una observación absolutamente permisiva, sin rechazar nada, sin apegarse a nada, la atención fluyendo momento a momento en una serena alerta.
Cuando no se logra entrar en ese estado de calma y serenidad simplemente hay que tomarlo como parte de nuestra práctica y permitir que así sea.

Por supuesto que existen técnicas, algunas más efectivas que otras, y algunas más indicadas que otras dependiendo de nuestro estado de atención al acometer la práctica. También hay diferentes métodos de meditación para desarrollar este «yoga interno». Pero más allá de todos ellos está ese «estado», denominado sakshi, la consciencia testigo. Cuando sakshi aparece uno está por encima de los pares de opuestos, pero no porque lo digan los textos sino porque de verdad lo experimentas. Y aplicando correcta y coherentemente un buen método se puede vivenciar sin grandes dificultades. Ahora eso sí, el tiempo que puedas permanecer en ese estado de consciencia dependerá de la dedicación que pongas y de la energía que inviertas, claro está.

David García Avila, director de Yoga Art Studio